El modelo francés

| jueves, 4 de diciembre de 2014 | 9:52

El país vecino sufre el mayor recorte de las últimas décadas, pero no se le ocurre sacar la tijera en educación. Es más, incrementan la plantilla de profesores en más de nueve mil. Poco a poco, voy comprendiendo por qué cada vez que visito una feria literaria en Francia, siempre vuelvo con los ojos más grandes y la boca más abierta. En esta última ocasión, en Lamballe, un pueblo de trece mil habitantes en Bretaña que literalmente abarrotó durante dos días el espacio donde firmábamos, y hubo momentos en que parecía que regalásemos ipads en vez de vender nuestro trabajo. Compran y leen, leen y vuelven a comprar. Pregunté asombrado por el presupuesto que destinaba el ayuntamiento, y me explicaron que solo disponían de unos veinte mil euros, pero que había cincuenta voluntarios, y una pasión por la cultura que desbordaba cualquier obstáculo. Si esto fuera solo una excepción, los españoles podríamos dormir tranquilos, pero resulta que Francia está puntuada por una pléyade de festivales, y en todos los que he visitado -y ya son unos cuantos- el resultado siempre es el mismo. En el país vecino la literatura todavía importa, porque no es una cuestión de subvención, sino de lectores, una población educada en la noción de que comprar libros y leerlos y regalarlos es una viga maestra de la nación, como el queso o el general De Gaulle. Para llegar a Lamballe tuve que hacer un montón de combinaciones de tren y avión a fin de ahorrar costes, comimos bien pero sin grandes alardes, dormí en casa de unos de los voluntarios porque el presupuesto no daba para hoteles, el ayuntamiento prestaba las instalaciones, los mismos miembros del festival hacían sus pinitos como traductores en las mesas… para cada inconveniente había un recurso, lo importante era que el show pudiera continuar. En otros festivales hay champán, pero aquí había ilusión, había pasión, algo que se contagia. La visita continúa muchas veces con las visitas a liceos donde encontrarse con los chavales y hablar durante una hora sobre libros y vida, charlas pagadas religiosamente porque saben que los escritores, aunque muchas veces estemos en el aire, no vivimos de él. Para un autor, Francia es una inyección de dignidad, y la prueba de que otro modelo es posible, por muchos que algunos políticos se empecinen en lo contrario. 

1 comentarios:

Begoña Argallo dijo...

Hace años pensaba que para ser escritor y vender libros bastaba con tener mucha ilusión y con juntar letras. Más tarde llegué a los blogs de muchos escritores y comprendí que se trataba de algo mucho más complicado que todo eso y perdí mis sueños de escribir de un modo profesional. Ahora sé que jamás podré hacer de esto una profesión.
Pero si aún albergase ilusiones, después de leer esta entrada haría las maletas para irme a Francia. Sería más rápido que esperar que alguien cambie este país tan venido a menos en muchos aspectos.
Saludos